No he pensado mucho en ello pero desde el momento histórico en el que vivo, teniendo en cuenta los inputs que me llegan del exterior, escucho tertúlias radiofónicas, podcast, sigo gente muy variada en twitter, conferencias, conversaciones… y también la propia experiencia y la de mi entorno más inmediato, las personas con las que me relaciono en mi dia a dia; pareciera que nadamos en un rio con el agua prácticamente estancada y además contaminada, sin mencionar que posiblemente mañana tendremos tormenta. Uso la metáfora para tratar de transmitir lo que podemos llegar a sentir si solo nos dejamos llevar por esta atmósfera de malas noticias y previsiones negativas: el miedo y la angustia por “lo que se nos viene encima”, expresión por desgracia muy en uso últimamente.
Está claro que hay que saber qué pasa en el mundo y sobre todo no olvidarnos de las necesidades de los más vulnerables, los que sufren y que cada vez son más en nuestra sociedad, es decir no abogo por un falso optimismo o un positivismo sin contenido, pero tampoco siento que la catástrofe vaya a ser inmediata y sin aviso. Aunque claro, me doy cuenta ahora de que la pandemia fue justamente eso, inmediatamente y sin aviso todos encerrados en casa, ¿quién lo iba a pensar solo unos días antes de que pasara? Pero pasó y eso nos ha quitado algunas seguridades.
¿Qué nos queda después de todo? ¿Dónde amarrarnos? Seria un necio si pretendiera dar respuesta a estas preguntas como si fuera algo universal, algo que valiera para todos. Cada uno de nosotros tiene sus propias respuestas y hay un camino que recorrer para encontrarlas. Para mi por ejemplo tener un proyecto vital con el que me identifico, que siento mio, en el trabajo y en la vida personal, es una motivación para la esperanza, el sentimiento de que los cimientos son fuertes y aguantaran.
Categorías
Esperanza y vida en el siglo XXI
